Consumo y Producción

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Considerando la sociedad y su organización política desde un punto de vista muy distinto al de las escuelas autoritarias, puesto que partimos del individuo libre para llegar a una sociedad libre, en vez de comenzar por el Estado para descender hasta el individuo, seguimos el mismo método respecto a las cuestiones económicas. Estudiaremos las necesidades del individuo y los medios a que recurre para satisfacerlas, antes de discutir la producción, el cambio, el impuesto, el gobierno, etcétera.

Tal vez se diga que esto es lógico: que antes de satisfacer necesidades es preciso crear lo que pueda satisfacerlas, que es preciso producir para consumir. Pero antes de producir, sea lo que fuere, ¿no precisa sentir su necesidad? ¿No es la necesidad quien desde el principio impulsó al hombre a cazar, a criar ganado, a cultivar el suelo, a hacer utensilios y más tarde aún a inventar y hacer máquinas? ¿No es asimismo el estudio de las necesidades lo que debiera regir a la producción? Por lo menos, tan lógico sería comenzar por ahí para ver después cómo es preciso arreglárselas para atender a esas necesidades por medio de la producción.

Pero en cuanto la considerarnos desde este punto de vista, la economía política cambia totalmente de aspecto. Deja de ser una simple descripción de hechos y se convierte en ciencia; con el mismo título que la fisiología. Se la puede definir: el estudio de las necesidades con la menor pérdida posible de fuerzas humanas. Su verdadero nombre sería fisiología de la sociedad. Constituye una ciencia paralela a la fisiología de las plantas o de los animales, la cual es también el estudio de las necesidades de la planta o del animal y de los medios más ventajosos de satisfacerlas. En la serie de las ciencias sociológicas, la economía de las sociedades humanas viene a tomar el puesto ocupado en la serie de las ciencias biológicas por la fisiología de los seres organizados.

Nosotros decimos <<He aquí seres humanos reunidos en sociedad. Todos sienten la necesidad de habitar en casas higiénicas; ya no les satisface la choza de un salvaje, sino que exigen un abrigo sólido y más o menos cómodo. Se trata de saber si, dada la productividad del trabajo humano, podrá tener cada uno su casa, y qué es lo que les impide tenerla>>.

Y en seguida vemos que cada familia en Europa podría perfectamente tener una casa con comodidades, como las que se edifican en Inglaterra o en Bélgica o en la ciudad de Pullman, o bien un piso correspondiente.

Pero los nueve décimos de los europeos no han poseído nunca una casa higiénica, porque en todo tiempo el hombre del pueblo la tenido que trabajar al día, casi de continuo, para satisfacer las necesidades de los gobernantes, y jamás ha tenido la necesaria holgura de tiempo y de dinero para edificar o hacer edificar la casa de sus ensueños. Y no tendrá casa, y vivirá en un tugurio, en tanto que no cambien las actuales condiciones.

Ya se ve que procedemos al contrario de los economistas que eternizan las pretendidas leyes de la producción, y sacando la cuenta de las casas que se edifican cada año, demuestran que no bastando las casas nuevamente edificadas para satisfacer toda la demanda, los nueve décimos de los europeos deben habitar en tabucos.

Pasemos al alimento. Después de haber enumerado los beneficios de la división del trabajo, pretenden los economistas que esta división exige que unos se dediquen a la agricultura y otros a la industria manufacturera. Los agricultores producen tanto, las manufacturas cuanto, el cambio se hace de tal modo; analizan la venta, el beneficio, el producto liquido o sobrevalor, el salario, el impuesto, la banca, y así sucesivamente.

Pero después de haberlos seguido hasta allí, no -estamos más adelantados; y si les preguntamos: <<¿Cómo es que a tantos millones de seres humanos les falta el pan, cuando cada familia podría producir trigo para alimentar a diez, veinte y hasta cien personas al ano?>>, nos responden con el mismo estribillo: <<División del trabajo, salario, sobrevalor, capital>>, etcétera, llegando a sacar por consecuencia que la producción es insuficiente para satisfacer todas las necesidades, consecuencia que, aun cuando fuese cierta, no responde en modo alguno a la pregunta: <<¿Puede o no puede, trabajando, producir el pan que necesita? Y si no puede, ¿qué se lo impide?>>

A trescientos cincuenta millones de europeos les hace falta cada año tanto de pan, tanto de carne, vino, leche, huevos y manteca; necesitan tantas casas, tantas ropas; es el mínimum de sus necesidades. ¿Pueden producir todo eso? Si lo pueden, ¿les quedará holgura para proporcionarse lujo, objetos de arte, de ciencia y de recreo; en una palabra, todo lo que no entra en la categoría de lo estrictamente necesario? Si la respuesta es afirmativa, ¿que les impide ir adelante? ¿Qué debe hacerse para allanar los obstáculos? ¿Se necesita tiempo? ¡que se lo tomen! Pero no perdamos de vista el objetivo de toda producción, que es la satisfacción de las necesidades.

Si las necesidades más imperiosas del hombre quedan sin satisfacer, ¿qué deberá hacerse para aumentar la productividad del trabajo? ¿No hay otras causas? ¿No será alguna de ellas el que habiendo perdido de vista la producción, las necesidades del hombre, ha tomado una dirección absolutamente falsa y su organización es defectuosa? Y puesto que así lo comprobamos, en efecto, busquemos el medio de reorganizar la producción de modo que responda en realidad a todas las necesidades.

Es evidente que cuando la ciencia de la fisiología social trate de la producción. actual en las naciones civilizadas, en el municipio indostánico o entre los salvajes, se podrán exponer los hechos de otro modo que los economistas de hoy, como un simple capítulo descriptivo, análogo a los capítulos descriptivos de la zoología o de la botánica. Pero advirtamos que si ese capítulo se hiciese desde el punto de vista de la economía de las fuerzas en la satisfacción de las necesidades, ganaría en claridad tanto como en valor científico. Probaría hasta la evidencia el terrible derroche de las fuerzas humanas por el sistema actual, y admitirla con nosotros que mientras dure no quedarán satisfechas nunca las necesidades de la humanidad.

Se ve que el punto de vista quedaría cambiado por completo. Detrás del telar que teje tantos metros de lienzo, detrás de la máquina que horada tantas placas de acero y detrás del arca de caudales donde se sepultan los dividendos, se vería al hombre, al autor de la producción, excluido casi siempre del banquete que ha preparado para los otros. Comprenderíase también que las pretendidas leyes del valor, del cambio, etcétera, sólo son la expresión a menudo falsa -por ser falso su punto de partida- de hechos tales como ocurren ahora, pero que podrían suceder y sucederán de un modo muy diferente, cuando la producción se organice de manera que cubra todas las necesidades de la sociedad.

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La sobreproducción es una palabra que estamos oyendo de continuo. No hay un solo economista, académico o candidato, que no haya sostenido tesis probando que las crisis económicas resultan del exceso de producción; que en un momento dado se producen más telas de algodón, paños, relojes, de los que hacen falta. ¿No se ha acusado de rapacidad a los capitalistas que se empeñan en producir más del consumo posible?

Pues bien; tal razonamiento manifiesta su falsedad en cuanto se ahonda en la cuestión. En efecto, nombrad una mercancía, entre las de uso universal, de la cual se produzca más de lo necesario. Examinad uno por uno todos los artículos expedidos por los países de gran exportación, y veréis que casi todos se producen en cantidades insuficientes hasta para los habitantes del país que los exporta.

No es un sobrante de trigo el que envía a Europa el campesino ruso. Las mayores cosechas de trigo y de centeno en la Rusia europea dan lo preciso para la población. Y, por lo general, el campesino se priva él mismo de lo necesario cuando vende su trigo o su centeno para pagar el impuesto y la renta.

No es un sobrante de carbón lo que en Inglaterra se envía a todos los ámbitos del globo, puesto que no le quedan más que setecientos cincuenta kilos por año y habitante para el consumo doméstico interior, teniendo en cuenta que millones de ingleses se privan de fuego en invierno o no lo sostienen más que lo preciso para hervir un poco de hortaliza. De hecho (no hablemos de los artículos de lujo) no hay en el país de mayor exportación, Inglaterra, más que una sola mercancía de uso general, los tejidos de algodón, cuya producción acaso sea bastante cuantiosa para superar a las necesidades. Y cuando se piensa en los harapos que reemplazan a la ropa blanca y de vestir en más de la tercera parte de los habitantes del Reino Unido, está uno tentado a preguntarse si las telas de algodón exportadas no representarán poco más o menos las necesidades reales de la población.

Por lo general, no es un sobrante lo que se exporta, aunque las primeras exportaciones hubiesen tenido este origen. La fábula del zapatero que andaba descalzo es verdadera tanto para las naciones como para aquel artesano. Lo que se exporta es lo necesario, y sucede así porque los trabajadores no pueden comprar con sólo su salario lo que han producido pagando rentas, beneficios, intereses al capitalista y al banquero.

Todos los economistas nos dicen que si hay una ley económica bien establecida es ésta: <<El hombre produce más que consume>>. Después de haber vivido de los productos del trabajo, siempre le queda un remanente. Una familia de cultivadores produce con qué alimentar a muchas familias, y así por el estilo.

Para nosotros, esa frase tan repetida carece de sentido. Tal vez fuera exacta si debiese significar que cada generación deja algo a las futuras. Un cultivador planta un árbol que vivirá treinta, cuarenta años, un siglo, y cuyos nietos aún cogerán el fruto. Si ha roturado una hectárea de suelo virgen, otro tanto ha crecido la herencia de las generaciones por venir. El camino, el puente, el canal, la casa y sus muebles, son otras tantas riquezas legadas a las generaciones siguientes.

Pero no se trata de eso. Nos dicen que el labrador produce más trigo del que consume. Pudiera decirse más bien que, habiéndole quitado una buena parte de sus productos el Estado bajo la forma de impuesto, el sacerdote en forma de renta, se ha creado toda una clase de hombres que en otros tiempos consumían lo que producían -salvo la parte dejada para imprevistos o los gastos hechos en árboles, caminos, etcétera-, pero que hoy se ven obligados a alimentarse de castañas o de maíz, a beber aguapié, habiéndoles quitado el resto el Estado, el propietario, el sacerdote y el usurero.

Preferimos decir: El cultivador consume menos de lo que produce, porque se le obliga a acostarse sobre paja y vender la pluma; a contentarse con aguapié y vender el vino; a comer centeno y vender el trigo. Advirtamos también que tomando por punto de partida las necesidades del individuo, se llega fatalmente al comunismo como organización, que permite satisfacer todas esas necesidades de la manera más completa y económica. Al paso que partiendo de la producción actual y proponiéndose nada más que el beneficio o el sobrevalor, pero sin preguntarse si la producción responde a la satisfacción de las necesidades, se llega fatalmente al capitalismo, o a lo sumo al colectivismo (puesto que uno y otro no son más que formas distintas del asalariamiento).

En efecto, cuando se consideran las necesidades del individuo y de la sociedad y los medios a que el hombre ha recurrido para satisfacerlas durante sus diversas fases de desarrollo, se convence uno de lo necesario de solidarizar los esfuerzos, en vez de abandonarlos a los azares de la producción actual. Se comprende que la apropiación por algunos de todas las riquezas no consumidas, transmitiéndolas de una generación a otra, va contra el interés general. Compruébase que de esta manera las necesidades de las tres cuartas partes de la sociedad corren el riesgo de no quedar satisfechas, y que el excesivo gasto de fuerza humana no es sino más inútil y más criminal.

Por último, compréndese que el empleo más ventajoso de todos los productos es el que satisface las necesidades más apremiantes, y que el valor de utilidad no depende de un simple capricho, como se ha afirmado a menudo, sino de la satisfacción que da a necesidades reales.

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