Adapted from:
Flores Magon, Ricardo. 1923. Sembrando Ideas. Mexico, D. F.: Grupo Cultural "Ricardo Flores Magon"
A MANERA DE PROLOGO
LA MUERTE DE RICARDO FLORES MAGON
[Traducción del Inglés]
Ricardo Flores Magón ha muerto. Generalmente la noticia de una muerte
me afecta poco, pero en este caso ha sucedido lo contrario. No es porque,
después de largos años de prisión y destierro, este
indomable luchador por la libertad haya muerto en la cárcel. Me domina
un sentimiento más grande aún que la piedad o que el afecto
personal. Por razones que no puedo analizar, esta muerte me parece como el
resumen de un períodico, ya hace nacer, en mí, ideas y
sentimientos que encuentro difícil expresar con palabras. Tengo la
sensación de que una fueraz, que era esencial, ha dejado de obrar.
Me parece que todos awuellos que estuvieron en relación íntima
con Ricardo Flores Magón sentirán lo mismo que yo. Alguna cosa
puso en él su sello especial; no importan las condiciones en las cuales
se encontrara: permaneció seimpre siendo alguien, una fueraz que
debía ser reconocida, una personalidad que no podía ser ignorada.
Aun los empleados de la Corte de Justicia y de la penitenciaría, cuyos
instintos naturales eran considerarlo solamente como un violador de la ley, me
parecieron, cuando discutí con ellos el asunto, plenamente conscientes
de ese hecho.
Creo que eso fue, porque el hombre era tan intensamente sincero, tan firme en
sus convicciones, que cualquiera otro podría ser domado, reducido al
silencio, pero él tenía que hablar: tan firme así era su
determinación de jugar su parte en esta gran lucha por la
destrucción de la esclavitud humana, la cual
él, personalmente, debía combatir y combatió hasta el
último momento. Odiaba la opresión, cualquiera que fuese, ya al
Gobierno o al monopolio de la tierra, ya la superstición religiosa o las
altas finanzas.
Como mexicano, sabía cómo ésta había arruinado la
vida de su propio pueblo; como anarquista, comprendía que ésta
era la suerte de los desheredados, de todos aquellos que habían
consentido en ser reducidos a la impotencia en todo el mundo.
En la mayor parte de nosotros surge a intervalos una justa indignación;
pero Magón me parecía un volcán que nunca dormía.
Si mal no recuerdo, fué en San Luis Potosí, hace unos treinta
años, donde Ricardo Flores Magón, entonces un joven periodista,
obtuvo la prominencia. Propiamente dicho, llegó a ella de un salto: el
Partido Liberal estaba en convención, y, de acuerdo con sus tradiciones,
estaba dirigiendo todas sus denuncias sobre la iglesia católica;
Ricardo, según la versión que ha llegado hasta mí,
literalmente aplastó a la convención con un discurso en el cual
atacaba a Porifirio Díaz, omnipotente dictador de México a Wall
Street, y era, por consiguiente, el verdadero origen de todos los males del
país.
Lo especial del caso, en realidad, consistía en que, en aquella
época, los ataques contra la Iglesia eran populares y seguros, mientras
que un ataque a Díaz no tenía precedentes y estaba lleno de
peligros. Esto trajo a Ricardo la amistad de Librado Rivera, quien de
allí en adelante participó de su destino y ahora le sobrevive en
la penitenciaría de Leavenworth; pero los convirtió a él,
a su hermano Enrique y a Librado, en el blanco de la rabia del dictador
Díaz. El trío, sin embargo, inició y apresuró con
gran actividad una agitación en el sentido indicado, hasta que
después de varios encarceleamientos comprendieron que ya no
podían vivir más en México y emigraron a los Estados
Unidos. Encendieron la mecha. Con gran atrevimiento habían comenzado
el movimiento económico que posteriormente arrojó a Díaz
al destierro. Como veo las cosas, el motor de los motores es siempre el
hombre verdadero; pero el camino que él abre lo conduce siempre a la
cruz.
Estoy enteramente seguro de que Ricardo Flores Magón previó esto
con toda claridad, porque en sus conversaciones lo aceptaba estoicamente como
el precio que debía pagarse. Con demasiada frecuencia se dejaba dominar
en alto grado por sus simpatías o por sus antipatías, y muy rara
vez podía encontrar una virtud en sus adversarios, pero en problemas
fundamtales lo encontré siempre justo, porque él nunca
quería abandonar los hechos fundamentales. Repetidas veces
consideré sus condenas como injustas, pero observé frecentemente
que los hombres que había criticado se convirtieron, al correr del
tiempo, en los políticos que Magón habría predicho.
Era el luchador más agresivo y más positivo, y lograba amigos y
enemigos por centenares.
Yo me interesé por los Magón leyendo el "México
Bárbaro" de John Kenneth Turner; pero fueron sus odios apasionados hacia
un sistema social que parece capaz de pensar únicamente en el
dólar lo que que me condujo abiertamente hacia ellos. Desde hace muchos
años, mi más firme convicción ha sido que el culto por el
becerro de oro es lo más grande de las barreras que tiene la marcha
ascendente que la humanidad está obligada a efectuar, en razón de
las conquistas intlectuales de los siglos recientes. He encontrado muchos
hombres y mujeres que comparten este juicio; pero jamás ninguno que
estuviese tan saturado de él como los Magón. Creo que Ricardo
estaba completamente persuadido que la peor suerte para México
sería caer bajo el yugo de Wall Street. El gran hecho que él
veía, era que toda la humanidad estaba siendo atatda a las ruedas del
carro del poder del Dinero, brutalmente triunfante y que debía
libertarse ella misma o perecer. Yo mismo conservo esa creencia. Mi estudio
de la revolución de México y mi contemplación del modo
como la plutocracia de allí había sacado de México todo lo
que era de valor, convirtieron ideas que anteriormente eran vagas y
teóricas, en una convicción inconmovible.
Ricardo Flores Magón fué uno de los escritores más
poderosos que produjo la Revolución. Exceptuando la ocasión en
que se dejó atraer a polémicas deplorables, no malgastó su
tiempo en pequeñeces; tocaba invariablemente las cuerdas mayores y con
extraordinaria firmeza. En todo el curso de su obra hacía llamamiento a
las emociones más poderosas, a lo heroico; pedía mucho a los
hombres. Dudo que haya tenido conocimiento de los escritos de Nietzsche, pero
me parecía otro Nietzsche, aunque democrático. Sin embargo, en
tales caracteres había siempre un esfuerzo paralelo: ambos insisten en
lo mejor, en la realización de su ideal en toda su plenitud, y para esa
realización ningún sacrificio les parecía demasiado
grande.
No tengo el deseo de escribir una biografía ni un elogio, y me limito a
una cuantas reminiscencias personales que pueden dar conocimiento profundo del
hombre. Recuerdo que, habiendo sido prevenido que se le perseguía
tenazmente, se rehusó a refugiarse en un lugar seguro, "porque se
desorganizaría el movimiento." Cuando, después de muchos
meses, lo tuvimos fuera de la cárcel, bajo caución, se
dirigió directamente a las oficinas de "Regeneración" y antes de
una hora estaba trabajando, una vez más, en la enorme correspondencia, a
la cual dedicaba ocho horas del día; nunca encontré un
propagandista tan activo como él, exceptuando quizás a su hermano
Enrique. Vivía pobremente, ya hasta donde pude saberlo, no tenía
vicios. Ciertamente no tenía tiempo para ellos.
En mi primera visita a las oficinas de "Regeneración" observé
una gran caja de empaque, y supe que contenía solamente ejemplares de
"La Conquista del Pan," de Kropotkine, destinados a México. Por muchos
años prosiguieron estos hombres tal obra de zapa con infinita tenacidad
y con grandes sacrificios para sus cortísimos recursos personales. Su
gran idea fué el desarrollo de personalidades revolucionarias.
Tenían gran admiración por Kropotkine, que en mi opinión
era muy justa.
Cuando sustituí a John Kenneth Turner como editor de la sección
englesa de "Regeneración," su
circulación era como de 27,000 ejemplares, y el periódico
debía ganar dinero; pero todo se gastaba en propaganda. Teníamos
entre 600 y 700 periódicos en nuestras listas de canje y
obteníamos muchas noticias del Mundo latino. Nuestra gran
aspiración era la unificación de la opinión latina en
México, y en Centro y Sudamérica, contra la invasión de la
plutocracia, y la creación en los Estados Unidos de un sentimiento
bastante fuerte para mantener en jaque la perpetua amenaza de la
intervención.
Creo que Ricardo consideraba esto último como la principal tarea de
"Regeneración" y que, a causa de esto, se oponía al traslado del
periódico a México, que en cierta ocasión pedía yo
urgentemente.
En el libro "El Verdadero México," Mr. Hamilton Fife, ahora editor del
"Daily Herald," pero entonces corresponsal viajero muy notable, trata de la
inesperada caída de Porifirio Díaz, reconocido por los Estados
Unidox como una potencia de primer orden, con un gran ejército a su
retaguardia. Mr. Fife observa que Díaz olvidó un importante
factor: un caballero llamado Ricardo Flores Magón. Yo he mirado siempre
esta observación como correcta, ya he considerado a los Magón
como los hombres que realmente pusieron en movimiento las fuerzas que
difinitivamente arrojaron a Díaz al destierro. Lo consideré un
gran éxito y un verdadero suces de los que hacen época.
Díaz fué el hombre que, como dijo William Archer, había
vendido a su país por una bagatela y con el descudo de un niño
que hace burbujas de jabón. Su destronamiento fué el primer
facaso que la plutocracia del Norte encontró en su marcha hacia el Sur.
Cuando Madero sucedió a Díaz como Presidente, nombró al
hermano de Magón, Jesús, Secretario de Estado; fué
entonces, según mis noticias, cuando Jesús hizo repetidos
esfuerzos para inducir a Ricardo y a Enrique a regresar a México,
asegurándoles completa seguridad y rápido mejoramiento ensu
posición. Estaban pobres, habían estado sujetos a repetidas
persecuciones y encarcelamientos, como trastornadores inconvientes de la paz
plutocrática; y, a pesar de todo, rehusaron decididamente los
ofrecimientos de
su hermano. Eso siempre me pareció revelador. Puede ser
difícil, y quizás imposible para nosotros, comprender las
maniobras del pensamiento mexicano y los métodos de hombres que tienen
en sí tanta sangre india; pero lo que hay en el fondo y no puede
negarse, es que estos hombres-Ricardo y Enrique Flores Magón y Librado
Rivera, quien sigue todavía en la prisión de Leavenworth-eran
fanáticamente leales a sus convicciones anarquistas.
Pues bien, Ricardo Flores Magón ha muerto, y seguramente,
después de una vida de actividad febril, duerme tranquilo; ni alabanaza
ni crítica pueden afectarlo ahora. Murió en la
penitenciaría de Leavenworth cuando había cumplido cinco
años de la feroz sentencia de veinte que le fué impuesta por
haber escrito artículos que perjudicaban el reclutamiento. Estuvo
sufriendo por algunos años de diabetes, y durante sus últimos
días perdió completamente la vista. Pudo haber comprado su
libertad confesando su arrepentimiento; pero esa confesión era imposible
para naturalezas como la suya. En los mese pasados, los trabajadores
organizados de México habían estado agitando por la libertad de
Ricardo, y, al saberse su muerte, el Parlamento de la Capital ordenó que
se enlutara la tribuna.
El Gobierno pidió la entrega de sus restos, a los cuales quería
dar sepultura digna del que en su vida fué un incesante luchador por la
causa de la emancipación que las masas de México, en común
con las del mundo entero, tienen todavía que ganar; pero sus camaradas
han respetado sus principios y declinado los funerales por el Gobierno.
Esperamos que, inspirados por el ejemplo de este indomable luchador, el pueblo
de los Estados Unidos pueda erguirse y pedir la libertad de los muchos presos
políticos, mártires de su conciencia que ahora se pudren en las
galeras de ese país. Tal hazaña sería el más
apropiado monumento a la vida y a la memoria de Ricardo Flores Magón.
William C. OWEN.
(De "Freedom," Londres, diciembre de 1922.)
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