tal del presente aquellos países que se proletarizan en mayor escala.
Nadie ignora que Rusia, antes de 1917, era uno de los pueblos menos proletarizados del Universo, proporcionalmente al número de sus habitantes.
Admitiendo lo inadmisible, o sea que, según pretenden los marxistas, la subversión del capitalismo ha tenido lugar allí, se tiene la prueba más concluyente de que la dialéctica no da pie con bola.
Por consiguiente, el marxismo no tiene razón allí donde parece tenerla, y tiene menos todavía... allí donde parece lo contrario.
Lo mismo puede decirse de la concentración del capital y de aquello que Marx, llegado a un cierto grado — que hemos dejado ya muy atrás --- calificaba de "sus consecuencias indefectibles".
Ha fallado con igual estrépito. Por las mismas razones y en idéntico grado. Ni su grado ni sus derivaciones tienen el menor parecido con las garantías que ofrecía Marx.
Estos dos puntos serían suficientes para demostrar que las piedras angulares del marxismo descansan sobre arena. Pero quedan otros. Y son mucho más concluyentes que los apuntados.
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Adam Smith, que supo conquistar a pulso el título de padre del capitalismo, tiene de la concentración del capital — que estudia minuciosamente en su "In-
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