vuelta de hoja, la falsedad absoluta de la ayuda rusa a los antifascistas españoles, y la realidad del negocio escandaloso realizado en España por los secuaces de Stalin.
Repitamos al infinito, sin parar y sin cansarnos -probándolo de paso- que las bases del marxismo son falsas y conducen a normas cuartelarias, que, lejos de emancipar al individuo la uncen al más espantoso de los yugos, destruyendo por la base toda posibilidad de rebeldía.
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El momento es propicio para esa labor.
Si el deseado gesto -tan temido ahora en las altas esferas- se produce, los pueblos, medio aturdidos todavía por el estruendo del cataclismo que les ha puesto en pie, buscarán un norte. Importa preparar su ánimo para que, venciendo el último temor a las inexperiencias de lo desconocido, se dispongan a hacer suyo el que nosotros les ofrecemos.
La pugna entre nuestras tendencias y las de aquellos que han de obstinarse en atraer a los trabajadores a su órbita, es irreconciliable. Están colocadas las dos frente a frente, en una guerra sin cuartel.
Ponendo de relieve las aberraciones en que se apoyan todas las escuelas del socialismo autoritario, y en particular aquella alemana que lleva el nombre de Marx sin que nada pueda justificarlo, se consigue un doble objeto: restarle seguidores ciegos a la estú-
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