Los observadores más atentos — por muy distanciados que doctrinariamente estén de nosotros, y precisamente por ello tiene más positivo valor su juicio — se muestran convencidos de que al cataclismo que despedaza aNora los andamiajes de la organización política y económica de Europa, con evidentes repercusiones en todo el Universo, seguirá una conmoción tan amplia y tan profunda como las causas destinadas a engendrarla, y de un alcance que escapa actualmente a todas las previsiones.
Si tal previsión — que nosotros compartimos sin reservas — se confirma, las cosas pueden llegar a extremos insospechados.
Nunca los fermentos populares tuvieron raíces tan profundas. Nunca el odio al presente revistió las formas vivas que ahora. Nunca fué tan agudo el afán de poner término al malestar, a la miseria, al sometimiento, al sacrificio estéril.
Dos hechos fundamentales caracterizan el momento presente. Por una parte, el fracaso y la deshonra definitiva de todos los partidos que, sea cual fuere la bandera por ellos tremolada al viento, medran a la sombra de los antagonismos que engendran la guerra y refuerzan las ligaduras que al pueblo le son impuestas a punta de bayoneta. Por otra parte, la propensión de esas multitudes que el capitalismo explota y el Estado sojuzga, a secundar la más au-
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