daces tentativas. Bien es verdad que jamás — dígase lo que se diga — les fueron tan propicias las circunstancias, porque nunca fueron tampoco tan poderosos los estímulos.
La crisis, aguda, brutal, amenazadora, se acentúa de día en d&iactue;a. Y los cimientos del sistema se cuartean. Y quedan en pie, como una promesa y como una esperanza, las afirmaciones anarquistas.
Por lo mismo que no hay ocaso sin orto, al propio tiempo que se inicia el hundimiento del régimen forjado por la revolución de 1789-93, cuando los vasallos, cansados de llevar a cuestas la pesada cruz de su martirio cruento, pusieron término a las prerrogativas del feudalismo aristocrático, asoma ya en el horizonte de los destinos humanos la perspectiva de un nuevo ordenamiento.
Todo obliga a creer que se acerca la hora en que los proscriptos del goce y de la vida verán realizadas aquellas esperanzas alimentadas en el tumulto y en el silencio durante siglos.
El hecho mismo de que se vea obligada a recurrir a determinadas procedimientos en una escala desconocida hasta la fecha, prueba que la omnipotencia de las oligarquías dominantes se bambolea. Ha perdido el equilibrio para siempre. En su afán de un poderío sin el cual no puede ya vivir, exacerba al infinito aquellos factores que están a punto de dictar contra ella una sentencia de muerte.
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