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Este se consagra a la producción de algo que es de consumo indispensable. Aquel dedica su esfuerzo a otra cosa que es también de utilidad pública reconocida. Y ello basta para saber-son posibilidad de distingos de ninguna especie-que son igualmente necesarios y que, por consiguiente, tiene idéntico valor. Lo que menos importa es averiguar qué es lo que sale manufacturado de sus manos o de las máquinas que sus manos ponen en movimiento.
Una locomotora moderna, con todas sus complejidades mecánicas, no "vale" más, por ejemplo, que un ventilador o que una bombilla eléctrica. Siendo igualmente necesarios, sus respectivos valores-socialmente considerados-son equivalentes. Y tampoco en ese sentido puede tener prioridad el faisán sobre las patatas. Ni es más estimable el que monta automóviles, o telescopios, o barómetros, que quien asegura diariamente la higiene de los pueblos y de las ciudades. No esto, ni la supremacía contraria. Tan negativa y tan inicua sería la una como la otra.
El problema no estriba en desplazar la iniquidad comunicándole aspectos contrarios a los que ha tenido siempre, sino en destruir se base y hacerla imposible. Y para ellos es necesario encararse resueltamente-vengan de donde vinieren-con los resabios escolásticos de una concepción que pretende ser socialista y que niega al socialismo, estableciendo la unidad de valor social de todas las funciones y de todas las cosas útiles.
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