Gregorio VII a Bluntchli, hay tanta diferencia como entre Wilson y Alberdi; como entre los detestable y lo noble.
Podríase llamar a engaño un inexperto que cotejara las coincidencias dotrinales de Alberdi y Wilson sin el preconcepto del dualismo anterior.
La guerra es un crimen; es preciso poner término a esta plaga de lustrosa con la creacián de una liga de Estado que someta las disidencias internacionales a un arbitraje obligatorio, o, cuando menos, haga efectiva de alguna manera la sentencia que la opinián mundial impone a los monstruos que turban la paz de los hombres con sus egoísmos criminales.
La guerra es la justicia administrada por los mismos reos. No son pues los beligerantes los mejores jueces de la propia causa, ya que siempre las partes hablan de la razán que les asiste en sus determinaciones.
De tal modo discurren Wilson y Alberdi: ambos pertenecen a la categoría de los creyentes en la eficacia justiciera de la ley y en el sacratisímo ministerio judicial. Sin el juez y el esbirro no conciben el orden y la justicia en las sociedades.
Ahora bien: dada la parcialidad de los contendientes, y, según los viejos prejuicios legales, ninguno de ellos puede representar al juez en la propia causa. Hay que buscar la justicia en la neutralidad que es imparcial.
Actualmente el mundo no es Roma y la guerra no es universal; por eso corresponde a los neutrales, únicamente, juzgar la situacián bélica y establecer las respectivas responsabilidades.
La falta de una justicia internacional como la que funciona dentro de cada país no impide según el escritor argentino --- la posibilidad de una OPINIÓN, es decir, de un JUICIO, de un FALLO, emitida por la mayoría de las naciones sobre el debate que divide a dos a más de ellas.
Y al ser la ley --- teoricamente --- una expresián de la opinián general, el juicio del mundo sobre un acontecimiento o un personaje, hecho practico e inmediato merced a los nuevos medios de comunicacián, significa el mejor castigo de los crímenes internacionales.
Decía J.B Alberdi que en la esfera del pueblo mundo la autoridad empezaba a existir primero como opinián, como fallo, como juicio, antes de existir como coaccián y como poder material.
La idea vilsoniana se reduce en la realidad sugestiva y aparente, a la constitucián de un poder material que haga efectiva la sentencia del pueblo mundo.
El sueño del tribunal internacional que ventile los conflictos entre las naciones, sostenido por Fiore, por el conde de Kamarovsky y por casi todos los modernos pacifistas burgueses va a ser un hecho.
Habrá una legislacián uniforme en ciertas esferas de la humana actividad, o, mejor dicho, se legislará sobre lo que se venía haciendo en la vida sin necesidad de las leyes; tendrán pan y honores una multitud de proletarios de levita, empleados en las inmensas reparticiones burocráticas internacionales.
Y ¿que? ¿mejorará con ello el bienestar de los que sufren? Anticipamos una negativa rotunda.
Pero no es esto lo que deseamos demostrar, sino la coincidencia de Wilson y Alberdi Los dos opinan que para que el poder material superior a la voluntad y al poder de cada Estado exista se necesita que la masa de las naciones que pueblan la tierra formen una misma y sola sociedad y se constituya bajo una especie de federacián de los Estados Unidos de la humanidad.
Pocas veces un conflicto se resuelve satisfactoriamente por los lesionados en sus derecho; se impone una tercera voluntad que lime las asperezas, predisponga las voluntades a obligue de grado o por fuerza a no recurrir al crimen de la violencia. Y lo que es o suele ser verdad entre los individuos, según el criterio del pensador argentino y del gobernante norteamericano, lo es entre las
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